lunes, 15 de noviembre de 2010

Viva la Canción Criolla!



El “valse” criollo del Perú, llamado así por
nuestros mayores para diferenciarlo de la voz
germana “waltz”, que es el elemento central del
actual canto popular de los habitantes de nuestra
costa, sobre todo la del norte y la de Lima. Y es
un sentimiento colectivo muy hermoso y muy
complejo, por ser el resultado histórico de un
largo y raro proceso evolutivo de “peruanización”
de varias culturas traídas por los españoles y sus
negros esclavizados, mezcladas con las culturas
pre- hispanas.
Según lo que hemos oído, los primeros
compositores de nuestro valse antiguo, fueron
artistas negros, muy buenos ejecutantes de
instrumentos de cuerda que tocaban la “vihuela”,
la “bandurria”, el “laúd”, la “mandolina”, la guitarra.
Casi todos “de oído”, no sabìan ni leer, ni escribir
los signos musicales en “partitura”. Eran gente
del barrio de Malambo (Rímac), a principios de
1900 y nuestro valse nace como un canto de
consuelo, como el “spiritual” de los negros del
sur de E.U.A. para comunicar una bella emoción:
triste o nostálgica y no tenía intención de servir
de diversión a nadie. No era alegre, ni “jaranero”.
Nos contaron muchas veces, don Miguel
Almenerio Mejía, Augusto y Elías Ascues
Villanueva, Manuel Quintana Olivares, “El canario
negro”, Manuel Covarrubias Castillo, Francisco
“Máquina” Monserrate, Víctor “Gancho” Arciniega,
Francisco “Cañería” Ballesteros, Francisco Flores
“Pancho Caliente” y otros amigos negros, cantantes o
instrumentistas, nacidos antes del año 1900, que el valse
se utilizaba solamente como canción. Que en las fiestas
de Malambo y otros barrios con mayoría de población
negra se bailaba: la “moza mala”, la “sanguaraña” el
“sambalandó”, el “alcatraz”, pero nuestro valse, NO.
La aparición de este hermoso canto peruano - el valse -,
podemos considerarla como “creación heroica”. Porque
esos honestos artistas negros no eran eruditos, ni en
música, ni en literatura, pero su clara inteligencia, su
talento, y la voluntad de transmitir sus sinceros y puros
sentimientos, suplían largamente todas esas carencias.
Hay mucha poesía en los buenos primeros valses y no
era “plagio” pues no había intenciones de lucro, Era el
respeto por la belleza que tenían los músicos. Tomaban
poesías del “Almanaque Bristol”. Se trataba de defender
el orgullo del barrio.
Son los blanquitos limeños, “los niños bien, que se portan
mal”, de la “La Palizada” con su jefe: Alejandro Ayarza,
“Karamanduka”, los que alegran -a la fuerza- la tristeza
del valse de Malambo. No tenían ninguna intención de
compartir las penas y los problemas del negro o del
cholo pobre y discriminado. Y nace la incongruencia
de oir, muy alegre, el triste valse que creo Ceferino
Vergara a la muerte de su esposa: “Murió mi compañera
idolatrada”, (¡así!), “y en mi infortunio siempre la lloraré”,
(¡eso!), “y en la fosa en que se halla sepultada”, (¡dale!),
“se unirá todo cuanto loco amé”, (¡voy a ella!).
El problema se agraba por 1950, más o menos, con la
“comercialización” de nuestro valse en los restaurantes
que aún no se habían autocalificado de “peñas”. El más
elegante: “La Cabaña” en el Parque de la Exposición y
más populares: “El Parral” y “Los Claveles” que atendían
los viernes en las noches en el jirón Cajamarca, “Abajo´el
puente” y al final de la avenida Arica en “Breña”, donde
se servían las famosas “frejoladas” con arroz muy bien
“graneado” y un inmenso “churrasco” encebollado que
cubría casi todo el plato hondo.

FUENTE : EDICION IMPRESA , PAG  08 - NOVIEMBRE 2010.

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