lunes, 15 de noviembre de 2010

Atroces y equivocadas

ELECCIONES INTERMEDIAS EN LOS EE.UU


Las elecciones intermedias de Estados
Unidos registran un nivel de cólera, temor y
desilusión en el país como nada que pueda
recordar en mi existencia. Dado que los
demócratas están en el poder, ellos reciben
el impacto del rechazo en torno a nuestra
situación socioeconómica y política actual.
Más de la mitad de los estadunidenses de
la corriente principal, según una encuesta
Rasmussen del mes pasado, dijeron ver
favorablemente al movimiento del Tea Party
–una muestra clara del espíritu de desencanto-.
Las quejas son legítimas. Durante más de 30
años, los ingresos reales de la mayoría de la
población se han estancado o disminuido en
tanto que las horas de trabajo y la inseguridad
han aumentado, junto con la deuda. La riqueza
se ha acumulado, pero en muy pocos bolsillos,
llevando a una desigualdad sin precedentes.
Estas consecuencias surgen principalmente
de la financialización de la economía desde los
años 70 y el correspondiente ahuecamiento de
la producción. El proceso se ve alentado por la
manía de la desregularización favorecida por
Wall Street y es apoyado por los economistas
hipnotizados por los mitos del mercado
eficiente.
La gente ve que los banqueros responsables
en su mayor parte de la crisis financiera y
que fueron rescatados de la bancarrota por el
público ahora están disfrutando de utilidades
sin precedentes y de enormes bonos. En
tanto, el desempleo oficial permanece en
más o menos 10 por ciento. La manufactura
está en niveles de la Depresión; una de cada
seis personas carece de empleo y es poco
probable que los buenos trabajos regresen.
Con todo el derecho la gente quiere respuestas
y no las está recibiendo salvo por parte de
voces que dicen cuentos que tienen alguna
relevancia interna –si usted está dispuesto
a suspender su incredulidad e ingresar a su
mundo de irracionalidad y engaño.
Sin embargo, ridiculizar las argucias del
Tea Party es un grave error. Es mucho
más apropiado comprender qué hay detrás
del atractivo popular del movimiento, y
preguntarnos por qué gente justamente
enojada está siendo movilizada por la
extrema derecha y no por el tipo de activismo
constructivo que surgió en la Depresión,
como el CIO (Congreso de Organizaciones
Industriales, en inglés).
Ahora los que simpatizan con el Tea Party
están escuchando que toda institución,
gobierno, corporación y las profesiones están
podridos y que nada funciona.
Entre el desempleo y las ejecuciones
hipotecarias, los demócratas no se pueden
quejar acerca de las políticas que llevaron
al desastre. El presidente Ronald Reagan
y sus sucesores republicanos quizá hayan
sido los peores culpables, pero las políticas
empezaron con el presidente Jimmy Carter y
se aceleraron con el presidente Bill Clinton.
Durante las elecciones presidenciales, los
principales electores de Barack Obama
fueron las instituciones financieras, que
han conquistado un dominio notable sobre
la economía desde la generación pasada.
Ese incorregible radical del siglo XVIII,
Adam Smith, hablando de Inglaterra, dijo
que los principales arquitectos del poder
eran los dueños de la sociedad –en su día,
los mercaderes y los fabricantes– y ellos se
aseguraban de que la política gubernamental
atendiera escrupulosamente a sus intereses,
por más doloroso que resultara el impacto para
el pueblo inglés; y peor aún, para las víctimas
de la salvaje injusticia de los europeos en el
extranjero.
Una versión moderna y más sofisticada
de la máxima de Smith es la teoría de las
inversiones de la política del economista
Thomas Ferguson, que ve las elecciones
como ocasiones en las que los grupos de
inversores se unen con el fin de controlar el
Estado, seleccionando a los arquitectos de
políticas que servirán a sus intereses.
La teoría de Ferguson resulta excelente para
predecir la política a lo largo de periodos
prolongados. Eso no debería sorprender
a nadie. Las concentraciones de poder
económico naturalmente tienden a extender
su influencia sobre cualquier proceso político.
En Estados Unidos, esa dinámica tiende a ser
extrema.
Puede decirse, sin embargo, que los grandes
protagonistas corporativos tienen una
defensa válida contra acusaciones de codicia
e indiferencia por la salud de la sociedad.
Su tarea es maximizar las utilidades y su
porcentaje del mercado; de hecho, ésa es
su obligación legal. Si no cumplen con ese
mandato, serán remplazados por alguien que
lo cumpla. También ignoran el riesgo
sistémico: la probabilidad de que sus
transacciones dañen la economía en
general. Tales externalidades no son
asunto suyo –no porque sean gente
mala, sino por razones institucionales.
Cuando la burbuja revienta, los que
han corrido riesgos pueden huir al
refugio del Estado protector. Los
rescates –una especie de póliza de
seguro gubernamental– son algunos
de los muchos incentivos perversos
que magnifican las ineficiencias del
mercado.
Hay un creciente reconocimiento de que
nuestro sistema financiero está operando
en un ciclo del juicio final, escribieron en
enero los economistas Pete Boone y Simon
Johnson en el Financial Times. “Cada vez que
falla, dependemos de dinero laxo y políticas
fiscales para rescatarlo. Esta respuesta
enseña al sector financiero: corre grandes
riesgos para ser pagado abundantemente, y
no te preocupes por los costos, los cubrirán
los contribuyentes” mediante rescates y otros
instrumentos, y el sistema financiero “es
así resucitado para apostar nuevamente y
fracasar de nuevo”.
La metáfora del juicio final también se aplica
fuera del mundo financiero. El Instituto
Estadunidense del Petróleo, respaldado por
la Cámara de Comercio y otros cabildos
empresariales, ha intensificado sus esfuerzos
para persuadir al público de descartar sus
preocupaciones acerca del calentamiento
global antropogénico –con un éxito
considerable, como indican las encuestas-.
Entre los candidatos republicanos al Congreso
en las elecciones de 2010, prácticamente
todos rechazan el calentamiento global.
Los ejecutivos detrás de la propaganda
saben que el calentamiento global es real, y
que nuestras perspectivas son terribles. Pero
el destino de la especie es una externalidad
que los ejecutivos deben pasar por alto, en la
medida que el sistema de mercados prevalece.
Y el público no podrá correr al rescate cuando
la peor de las posibilidades se presente.

AUTOR  :  Noam Chomsky es profesor emérito de
Lingüística y Filosofía en el Instituto
de Tecnología de Massachusetts, en
Cambridge, Massachussets.

FUENTE : EDICION IMPRESA, PAG 05-NOVIEMBRE 2010.

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