domingo, 30 de enero de 2011

Estados Unidos se alza contra la violencia



La matanza de Tucson-Arizona

La matanza de Tucson, que sorprendió al
país en medio de un profundo cambio de rumbo
político, ha sido interpretada mayoritariamente
como un recordatorio de la necesidad de
recuperar un clima de civismo en la actividad
partidista y de poner límites en la disputa de
las ideas. La mayoría de los compañeros de la
congresista demócrata Gabrielle Giffords, que
sigue luchando contra la muerte en un hospital
del sur de Arizona, han coincidido en que la
mejor manera de rendirle homenaje es aplacar
el ardor del debate -atizado por el Tea Party, el
ala más conservadora del Partido Republicanoque
se mantiene desde poco después de que
Barack Obama fuera elegido presidente.
Durante el debate de la reforma
sanitaria hubo 42 ataques contra
congresistas
Un congresista de Virginia, Gerald Connolly,
resumió en un comunicado el estado de ánimo
reinante en Estados Unidos. “Esta tragedia sirve
como una dolorosa lección de que tenemos,
como nación, que redoblar nuestros esfuerzos
para promover el civismo y respetar los
diferentes puntos de vista en nuestros discursos
políticos”, declaró.
Observado desde la herida que Tucson ha
abierto, no se pueden augurar buenos tiempos
para el Tea Party y quienes como ellos llevan
meses repitiendo un mensaje en el que,
aunque solo sea en términos retóricos, se
recurre permanentemente a imágenes y medios
violentos.
En una situación como esta, nadie quiere
abiertamente señalar culpables por lo sucedido.
Al fin y al cabo, el único responsable parece ser
el sujeto de 22 años llamado Jared Loughner,
que se encuentra bajo custodia policial y a quien
los responsables de la investigación describen
como un perturbado y un perdedor solitario que
fracasó en la universidad y fue rechazado por
el Ejército.
Loughner parecía compartir, no obstante, con
el Tea Party y algunos de los que respaldan a
esa fuerza dentro del Partido Republicano, la
paranoia sobre la persecución del que se creen
víctimas de parte del Estado. En algunos escritos
en Internet se había referido al Gobierno como
un instrumento de lavado de cerebros y de
aniquilación del individuo. Las mismas historias
que se han escuchado desde hace tiempo en
los mítines del Tea Party.
Esa coincidencia ha sido suficiente para que
algunos comentaristas y políticos de la izquierda
apunten con el dedo hacia el Tea Party y su
principal valedora, Sarah Palin. “Yo le echo
mucha culpa a la retórica que se ha escuchado
últimamente”, dijo la congresista demócrata
Carolyn McCarthy. Un ex candidato
presidencial demócrata, Gary Hart, ha sido
aún más contundente: “Lo que ha ocurrido
es el resultado directo de una retórica
agresiva e irresponsable”.
Ciertamente, es difícil separar el ataque
de Tucson de alguna de la propaganda
republicana exhibida en la última campaña
electoral. El propio rival de Giffords,
Jesse Kelly, a quien ganó por un margen
muy estrecho, realizaba recolecciones
de fondos en sesiones de tiro con fusiles
M-16 y posaba constantemente en ropas
militares en sus anuncios.
En los primeros tres meses de 2010, los
más duros del debate sobre la reforma
sanitaria, se denunciaron 42 ataques
contra oficinas de congresistas, casi todos
demócratas, entre ellos Giffords.
Uno de los principales responsables de
la investigación, Clarence Dupnik, un
demócrata sheriff del condado de Pima,
al que pertenece Tucson, ha aludido
claramente a la naturaleza política que
reside en el transfondo de este asunto.
“Cuando veo a la gente desequilibrada”,
dijo, “y cómo responden a la violencia
que sale de algunas bocas para derribar
al Gobierno, [pienso que] la amargura, el
odio y la intolerancia que se extiende por
este país se está convirtiendo en [algo]
escandaloso”.
Está más fresca en la memoria la bomba
con la que un activista de extrema derecha
mató a 168 personas en Oklahoma en
1995.
La reacción de Obama ha sido hasta ahora
muy prudente. Después de que el sábado
elogiara el trabajo de Giffords y condenara
el ataque sin hacer la menor alusión
política, ayer se mantuvo en bajo perfil,
recibiendo información en privado sobre la
investigación pero sin sumarse al debate
en marcha.

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