domingo, 30 de enero de 2011

El dilema de Obama


Un gran obstáculo para las políticas que necesita el país es la persistencia del racismo. Obama sabe que el primer presidente negro debe hacer “concesiones” a los poderosos que uno blanco no tendría que hacer.

Desde la fecha de su fundación en 1789 hasta aproximadamente el año 2000, la gran mayoría de los estadounidenses e inmigrantes europeos blancos se sentían con razón optimistas en lo tocante al predominio de las libertades políticas y las oportunidades económicas en Estados Unidos que tuvieron lugar gracias al liderazgo de presidentes decididos y elocuentes: Thomas Jefferson, Andrew Jackson, Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt, Franklin Roosevelt, Harry Truman, Lyndon Johnson y Bill Clinton. Todos ellos vieron cómo importantes periódicos, y la mayoría de los estadounidenses acaudalados, se oponían a sus reformas a favor de las clases más modestas, pero todos contaron con la ventaja de una clara y valerosa expresión verbal (aunque Thomas Jefferson hablaba en un tono tan bajo que solo quienes estaban más cerca de él podían oírle) y también con la de ser de piel blanca.
El efecto conjunto del estancamiento económico que afectó a gran parte de los estadounidenses; la enorme conmoción que supusieron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York; los escándalos de mala gestión o de actividades económicas delictivas a partir de la década de 1980; las “guerras elegidas” de Irak y Afganistán, y la enorme crisis económica, aún sin resolver, que sufrimos desde 2008, ha sido un aumento exponencial del pesimismo y de la desesperación, hasta unos límites nunca vistos en la vida pública estadounidense.
Si nos centramos en la situación política actual podemos decir que desde el año 2008 la mayoría de los votantes se convencieron de que el presidente George W. Bush era pura y simplemente un incompetente y de que el inicio de la guerra de Irak se había amparado en premisas políticas falsas. Eligieron a Obama, un hombre que había sido un excelente estudiante de Derecho, que en lugar de convertirse en abogado de una gran empresa había decidido dedicarse al trabajo comunitario y social, que más tarde había sido uno de los poquísimos senadores que votó en contra de la guerra, que como candidato a la presidencia había prometido transformar el entorno político de Washington, dominado por los grupos de presión, y que era negro.
Todos los votantes, y desde luego el presidente Obama y sus asesores, reconocieron que la tasa de paro del 10%, fruto de los errores y delitos de la comunidad financiera, era el problema más importante al que se enfrentaba la nueva Administración.
Desde luego, yo esperaba, y estoy seguro de que conmigo millones de votantes progresistas de todas las edades, que Obama siguiera el claro y exitoso ejemplo de Franklin Roosevelt, que creó millones de empleos que mejoraron las infraestructuras urbanas y rurales de Estados Unidos, dando a millones de hombres y mujeres que llevaban meses o años en paro, dignidad, esperanza y dinero para mantener a sus familias. Por las conversaciones que mantengo con amigos empresarios y profesionales, sé que ese programa sería más difícil de aplicar hoy en día de lo que lo fue en 1933, porque las leyes actuales imponen muchos más requisitos estatales y locales. Pero en 2009, un presidente decidido, sin dejar de reconocer la existencia de esos requisitos administrativos, podría haber puesto en marcha útiles y desde luego necesarias obras públicas.
En lugar de seguir el ejemplo de Roosevelt, el presidente Obama se creyó lo que le decían algunos de sus asesores económicos, para quienes lo principal era salvar a los bancos y a las instituciones de inversión. Si se recapitalizaba a las instituciones financieras, estas prestarían dinero a empresas e industrias que valieran la pena, que a su vez crearían millones de empleos. Pero la realidad es que no prestan dinero a gran escala para ampliar negocios o ayudar a los propietarios de viviendas a evitar la constante plaga de las ejecuciones de hipotecas.
Hay por lo menos otros dos grandes aspectos en los que la Administración de Obama ha logrado mucho menos de lo que se esperaba hace dos años. No ha habido ninguna reforma seria en Wall Street, causantes de la peor depresión económica desde la década de 1930. La reforma de la salud se descolorido por las propias concesiones de la Casa Blanca ante los grupos de presión farmacéuticos.
Sin duda, el presidente Obama sabe que no puede permitirse que le consideren un “airado hombre negro”. Estoy seguro de que Obama sabe que, por el bien de las oportunidades futuras de los ciudadanos negros, el primer presidente negro debe mostrarse conciliador y dispuesto a hacer “concesiones” que un presidente blanco no tendría que hacer para proteger a los futuros candidatos presidenciales blancos.


AUTOR  :  Gabriel Jackson es historiador estadounidense.

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