domingo, 30 de enero de 2011

Del Río de la Plata a la Argentina


A partir de 1810, en algunos casos los nuevos
Estados independientes de Hispanoamérica
adoptaron nombres inventados: Argentina, Bolivia
y Colombia lo ejemplifican. En otros, como Perú
y Chile, Siguieron vigentes nombres de larga
trayectoria colonial. En todos ellos, el proceso de
nombrar naciones fue complejo. En el siguiente
artículo, el destacado y prolífico historiador de
la Universidad de Buenos Aires José Carlos
Chiaramonte explica la sorprendente historia
de los diversos nombres oficiales de Argentina
durante la primera mitad del siglo XIX

“Las denominaciones adoptadas sucesivamente
desde 1810 hasta el presente, a saber:
Provincias Unidas del Río de la Plata, República
Argentina y Confederación Argentina, serán en
adelante nombres oficiales indistintamente para
la designación del Gobierno y territorio de las
provincias, empleándose las palabras Nación
Argentina en la formación y sanción de las
leyes”. Este artículo aún vigente de la actual
Constitución de la República Argentina refleja
la accidentada vida política del Río de la Plata
durante la primera mitad del siglo XIX.
En 1853, las fuerzas que derrotaron al ex
gobernador de Buenos Aires Juan Manuel
de Rosas impusieron la denominación
“Confederación Argentina”
Hacia 1810, y durante mucho tiempo después,
el término “argentino” designaba solo a los
habitantes de Buenos Aires
Hacia 1810, y durante mucho tiempo después,
el término “argentino” designaba solo a los
habitantes de Buenos Aires, si bien ya cerca
de 1830 comenzó a usarse para denominar
a la mayoría de las entidades que hasta
entonces respondían a la inicial denominación
de “Provincias Unidas del Río de la Plata”.
Esta realidad fue olvidada por la historiografía
latinoamericana, pese a los innumerables
testimonios de los documentos de época,
como consecuencia de la “invención” de lo que
hemos llamado “el mito de los orígenes”, un
mito conformado en los moldes del historicismo
romántico y de su generalizado uso del concepto
de nacionalidad.
Durante las dos primeras décadas de vida
independiente, la denominación predominante
del país, real o imaginario, había sido la de
“Provincias Unidas del Río de la Plata”. Ella
se componía de dos núcleos: el de “Provincias
Unidas” y el de “Río de la Plata”. El primero
fue más constante, mientras que el segundo
desaparece en la fracasada Constitución de
1819, la que adoptaba el nombre de “Provincias
Unidas en Sud América” que reflejaba la
incertidumbre sobre los límites de la nueva
nación. “Provincias Unidas” poseía una
innegable reminiscencia de la independencia
de los Países Bajos y reflejaba también una
similar calidad soberana de las ciudades, luego
“provincias”, rioplatenses. Consiguientemente,
traducía la calidad confederal del vínculo que
unía a las ciudades soberanas y a los Estados
soberanos que con el nombre de provincias las
sucedieron alrededor de 1820.
El fracaso de la Constitución de 1826
Solo a partir de que en Buenos Aires, después
del fracaso de la Constitución de 1826,
se tomó conciencia de la imposibilidad de
imponer su hegemonía en el territorio del ex
Virreinato -tendencia que se había expresado
fundamentalmente mediante soluciones
centralistas-, y ante el riesgo de ser avasallada
por las demás provincias-estados, aquella
denominación sería relegada a un segundo
plano. Ella fue reemplazada por otra que
reflejaba el hecho de que Buenos Aires, de
haber sido la principal sostenedora de un Estado
unitario, pasaba a convertirse en la campeona
de la unión confederal. Tras el Pacto Federal de
1831, el Gobierno de Buenos Aires impuso en
su territorio, y difundió en el resto del Río de la
Plata, la expresión “Confederación Argentina”,
que subrayaba el tipo de relación ahora preferido
en Buenos Aires como salvaguarda de su
autonomía soberana. Tradicionalmente, se ha
considerado ese nombre como una expresión
del “federalismo” argentino, errada interpretación
tras la que se confunde la naturaleza del Estado
federal, surgido en Argentina en 1853, con la
de las confederaciones que, por definición,
consisten en una unión de Estados soberanos
e independientes. Pero la adopción de
“Confederación Argentina” en la Constitución
de 1853 reavivó fuertemente el debate sobre
el nombre del país. De hecho, constituía una
patente incongruencia en un texto constitucional
que implicaba la definitiva desaparición del
sistema confederal y su reemplazo por un
Estado federal.
A partir de 1853, la indefinida cuestión del
nombre del nuevo país había sufrido una
modificación sustancial que la convertía en
reflejo del irresuelto problema de la forma
de Gobierno. Es decir, de constituir una
discordia derivada de la asociación del nombre
“Argentina” a una de las partes, Buenos Aires,
o, casi contemporáneamente, de una querella
en torno a la conveniencia o no de abandonar
una expresión, “Provincias Unidas del Río de
la Plata”, que tenía el mérito de haber sido la
primera, se pasaba ahora a vincularla a la disputa
en torno a la organización política, si federal o
confederal. En otras palabras, el antiguo litigio
sobre cuál debía ser el nombre del nuevo país
adquiría una dimensión que trascendía el nivel
emotivo.
En 1853, las fuerzas que derrotaron al ex
gobernador de Buenos Aires Juan Manuel
de Rosas impusieron la denominación
“Confederación Argentina”. Pero los enemigos de
ese nombre lo rechazaban por su contaminación
con el régimen anterior. Ellos predominaban en
Buenos Aires, y en 1860, al ser obligada Buenos
Aires a ingresar al nuevo país, del que había
estado separada desde 1852, proponían para
las proyectadas reformas de la constituyente
de ese año el antiguo nombre de “Provincias
Unidas del Río de la Plata”. Algunos, como
Sarmiento, lo rechazaban también por incluir la
palabra “Confederación”, incongruente con la
naturaleza del nuevo Estado federal.
Sin embargo, finalmente, ante la conveniencia
de no exacerbar las rivalidades políticas
subsistentes, se llegó al conciliador y
sorprendente acuerdo de ese artículo, que
todavía rige, aunque en la práctica se impuso
paulatinamente la expresión “República
Argentina”.

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