domingo, 30 de enero de 2011

China, aliada necesaria


“¿Cómo negocias con mano dura con
tu banquero?”. La secretaria de Estado
de la Administración de Obama, Hillary
Clinton, resume con una simple pregunta
-en un cable de finales de marzo de 2009-
el complicado equilibrio en el que se han
convertido las relaciones entre la primera
potencia del mundo y el epicentro de la
crisis financiera, Estados Unidos, y la gran
potencia emergente, China. Pekín tiene
unas reservas en divisas de unos 2,7 billones
de dólares; tres cuartas partes de esa cifra
están invertidos en activos denominados
en dólares, y casi un billón de dólares (algo
así como todo lo que produce España en
un año) directamente
en deuda pública
n o r t e ame r i c a n a .
Con esos
números, cualquier
movimiento puede
ser tremendamente
d e s e s t a b i l i z a d o r.
Pero en lo peor de
la crisis financiera,
Pekín garantizó a
Washington que no
iba a cambiar su
política de compra
de deuda pública
n o r t e ame r i c a n a
(cable 197984, del 20
de marzo de 2009).
Lo contrario podía
haber causado un
desaguisado en EE
UU, en China y en
todo el mundo. Un
gesto de desconfianza
hacia la deuda
estadounidense hubiera podido perturbar
aún más la precaria estabilidad de los
mercados en plena resaca de la quiebra
de Lehman Brothers. Pero a la vez hubiera
ido en contra de los propios intereses
económicos de China: un movimiento
brusco en torno a la deuda estadounidense
podía haber provocado una debacle del
dólar, con las consiguientes pérdidas
en la cartera de inversiones china y la
correspondiente sacudida en los mercados
globales. El embajador estadounidense,
Daniel Piccuta, aseguró que a la luz de
varios contactos al más alto nivel “es
poco probable que Pekín tome decisiones
drásticas”. Una recomposición de su cartera
“podría provocar pérdidas significativas y
fuertes críticas, externa e internamente”.
Eso sí, el apoyo motivó un “intenso debate”
entre los dirigentes chinos sobre la compra
de bonos estadounidenses.
El nerviosismo en los meses posteriores a la
caída de Lehman Brothers se hizo patente
en unas declaraciones públicas del primer
ministro chino, Wen Jiabao, que el 13 de
marzo de 2009 se declaró “preocupado” por
el sistema financiero estadounidense ante la
enorme exposición de China a la economía
norteamericana. A esa declaración le siguió
un alud de cables de la embajada en Pekín para
tratar de desentrañar las palabras de Wen y de
asegurar la estabilidad financiera en un momento
crucial de la crisis. La conclusión del embajador
Piccuta es contundente: “La preocupación de
Wen no implica que [China] vaya a tirar a la
basura sus bonos”.
Obama y Hu Jintao, los grandes
Las relaciones entre Estados Unidos y China
han experimentado movimientos pendulares en
los últimos meses, tras el prometedor arranque
que supuso la llegada de Barack Obama a
la presidencia estadounidense. Obama y el
presidente Hu Jintao se han reunido varias
veces, tanto en el G-20
como en la cumbre
de la APEC o en los
encuentros del Consejo
de Seguridad de la ONU.
Por primera vez en
décadas, un presidente
norteamericano hizo
una visita de Estado a
China durante el primer
año de su mandato.
Hillary Clinton se estrenó
también con un viaje a
Asia en el que pasó por
China. Y sin embargo,
lo que al principio
parecía una luna de
miel se ha trocado en
momentos puntuales
de nerviosismo y
desconfianza de los que
dan buena cuenta una
treintena de documentos
analizados para esta
información.
A la postre, China secundó a EE UU cuando la
economía estadounidense más lo necesitaba.
Pero nada es gratis: Pekín también ha
presionado a la Administración de Obama, ha
exigido contrapartidas. En septiembre de 2008
reclamó al embajador “informes regulares y
pormenorizados sobre el desarrollo de la crisis
financiera”. Entonces ya algunos miembros de la
cúpula económica china acusaban a EE UU “de
exportar el coste de su recuperación al resto del
mundo”. En los momentos más duros, el banco
central insta a EE UU a “estabilizar el sistema
financiero”, y para ello ofrece la colaboración
de China a través de su nivel de reservas. Tong
Daochi, director del regulador bursátil, pregunta
incluso si la Administración de Obama “será
receptiva a la toma directa de participaciones
en firmas financieras” (cable 171048). Al cabo,
la Gran Recesión es el tablero de ajedrez en el
que puede acelerarse el cambio en la correlación
de fuerzas de la economía mundial. Estados
Unidos pierde fuelle, al menos desde el punto
de vista económico. Y China, el “banquero” de
EE UU -en palabra de Clinton-, va aferrándose
al mango de la sartén.
A medida que las turbulencias
se alargan, hay varios
momentos tensos. China tiene
dudas sobre la gestión de la
crisis de Washington: teme
una monetarización del déficit
a través de la inflación o de la
devaluación del dólar. En otras
palabras, teme que Washington
rebaje artificialmente el valor de su deuda con
una rápida subida de la inflación o imprimiendo
dólares para depreciar el tipo de cambio.
El nerviosismo alcanza su punto más alto
cuando China presiona a Estados Unidos con
la posibilidad de cambiar su política de compra
de bonos tras una venta de armas a Taiwán -a
finales de enero de 2010- por valor de 6.400
millones de dólares. La venta de armamento a
Taiwán “aumenta la dificultad de explicar a los
ciudadanos las políticas de apoyo [a EE UU]”,
asegura al embajador estadounidense Liu
Jiahua, un ejecutivo de SAFE, la agencia que
administra las inversiones chinas en el exterio.
Posteriormente, Obama se reunió con el Dalai
Lama en la Casa Blanca: más tensión.
Los tira y afloja constantes son ilustrativos
de una relación entre una superpotencia
en apuros y una potencia
ascendiente que cada vez
asume un rol más importante.
Todo ello condicionado por
las amplísimas relaciones
económicas entre Pekín y
Washington, que impiden
medidas drásticas porque
cualquier ataque tiene
sensacionales contrapartidas
en ambas economías.
Estados Unidos ha presionado con dureza
a China para que revalúe su moneda y ha
amenazado con represalias comerciales. China
apenas lo ha consentido. Se resiste a dejar flotar
el tipo de cambio del yuán ante el temor de que
eso perjudique sus exportaciones, y el fuego
cruzado sobre la moneda se ha convertido en
“un problema político para ambos lados [EE
UU y China]”, según un cable del 10 de febrero
de este año.
Las presiones funcionan en ambas direcciones.
El vicepresidente Wang Qishan presiona al
embajador para que Estados Unidos “proteja
los intereses chinos” (cable 197984). Y a su vez,
el embajador trata de que la reforma financiera
(la liberalización del sector financiero) siga
adelante en China.
Los documentos ponen de manifiesto el papel
cada vez más notable asumido por China
durante toda la crisis financiera, como reconoce
el embajador Piccuta en varias ocasiones. Más
adelante, Pekín ha dado buena muestra de su
compromiso como superpotencia emergente
en el tablero europeo.
El último episodio de turbulencias en Europa
refuerza ese papel de China como ventanilla
de última instancia: de nuevo en lo peor
de la crisis de la deuda europea, China ha
realizado grandes inversiones y ha comprado
bonos griegos, portugueses y españoles para
estabilizar los mercados.
“Vamos a seguir prestando ayuda a algunos
países europeos para que superen sus
dificultades”, aseguró el primer ministro chino
Wen Jiabao en una visita a Europa el pasado
octubre.
China al rescate: suena raro, pero es el nuevo
mantra de la geopolítica económica.

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