sábado, 19 de febrero de 2011

El momento Sputnik


El lanzamiento del satélite soviético
en 1957 llevó a EE UU a apostar por
el desarrollo tecnológico y científico,
impulsado por un rápido proceso de
cambios sociales
Visto con la distancia que da el
tiempo, el Sputnik fue el gran
detonante de la carrera de Estados
Unidos por la supremacía mundial.
Cuando aquel pequeño artefacto
soviético salió al espacio en 1957,
girando alrededor de la Tierra, para
emitir su célebre bip-bip-bip-bip, el
mundo entero cambió pero, sobre
todo, sirvió para agitar el espíritu
norteamericano ante la mayor
demostración de fuerza de la Unión
Soviética, su nueva gran amenaza,
tras el fin de los fascismos al acabar
la II Guerra Mundial.
Es simbólica, por eso, la referencia en el
discurso del presidente Barack Obama:
“Hace medio siglo, cuando los soviéticos nos
ganaron en el espacio con el lanzamiento
del Sputnik, no teníamos ni idea de que
algún día los venceríamos en la Luna. No
teníamos la ciencia necesaria. La NASA
no existía. Pero después de invertir en
mejor investigación y mejor educación... No
solamente sobrepasamos a los soviéticos
sino que desatamos una ola de innovación
que creó nuevas industrias y millones de
nuevos puestos de trabajo”.
Aunque, como asegura Eric Hobsbawn en su
Historia del siglo XX, el dominio de la economía
mundial por parte de EE UU realmente fue una
prolongación de la expansión de los años de la
guerra, gracias a que los estadounidenses no
sufrieron daño alguno, su producto nacional
bruto aumentó en dos tercios y acabaron el
conflicto armado con casi dos tercios de la
producción industrial del mundo, también es
cierto que nunca antes un país se lanzó en
tan poco tiempo al desarrollo tecnológico y
científico, impulsado por un rápido proceso
de cambios sociales.
Con el Sputnik en órbita, considerado como
el verdadero hito del siglo XX por el escritor
británico, Arthur C. Clark, autor de 2001, una
odisea en el espacio, Washington apostó por
un programa de modernización en todos los
campos. El Congreso de EE UU percibió el
Sputnik como una amenaza y se decidió a
crear una nueva agencia federal que dirigiera
toda la actividad espacial no militar, conocida
como NASA y fundada en 1958. No es de
extrañar, por tanto, que la palabra “poder”
fuera la más citada por el presidente Dwight
D. Eisenhower en su discurso del estado de la
Unión de ese mismo año. La carrera espacial,
al albor de la guerra fría con la URSS, llevó a
los estadounidenses a pisar la Luna en 1969.
Las imágenes de Neil Armstrong colocando
la bandera de las barras y estrellas dieron la
vuelta al mundo.
De alguna manera, el Sputnik marcó
también el antes y el después en la sociedad
estadounidense, que abrazó desde entonces
lo que los historiadores contemporáneos
dieron en llamar la edad dorada. Estos años
de crecimiento económico y científico vinieron
acompañados por trascendentales avances
sociales. El puritanismo mantenido desde el
siglo XVIII por la sociedad anglosajona se
desmoronó precipitadamente ante el poder
seductor de la cultura juvenil. EE UU ponía la
vista en el espacio al mismo tiempo que pisaba
firme en logros sociales y fijaba sus cimientos
para la segunda mitad del siglo XX.
Para cuando el Sputnik giraba alrededor
del planeta, los jóvenes estadounidenses,
verdaderos artífices del crecimiento y la
creatividad estadounidenses de los 60, se
sentían inmersos en plena transformación,
y se sabían protagonistas. En 1957, los
adolescentes bailaban al ritmo salvaje de
discos como After School Session de Chuck
Berry o Here’s Little Richard del Little Richard
mientras Elvis Presley estrenaba su película
Jailhouse Rock. Sin embargo, Hollywood ya
se había sumado a los vientos de cambio con
el estrenó en 1954 de ¡Salvaje! y en 1955 de
Rebelde sin causa y Semilla de maldad.
Lo que no había conseguido el fin de la
guerra de secesión lo consiguieron la música
y el cine, en definitiva las artes: negros y
blancos cohabitaron lugares públicos, una
verdadera victoria para la siguiente década
de desarrollo. Y, mientras tanto, la
población afromericana libraba su propia
guerra universal por sus derechos
civiles. Poco antes del satélite soviético,
Rosa Parks rechazó levantarse de
su asiento en un autobús público
para dejárselo a un pasajero blanco
y encendió la mecha del movimiento
negro. Unas cosas y otras marcaron
el momento Sputnik, tan felizmente
recordado por los estadounidenses y
por Obama. Fue el momento de otro gran
salto norteamericano y, ciertamente, la
innovación, piedra angular del cambio, iría
asociada al espíritu creativo y contestatario
de la época.

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